Rafa y Cristiano, leyendas opuestas.


Cristiano Ronaldo y Rafael Nadal son dos de los mejores jugadores de la época en sus deportes y siempre se les ha comparado por su ética de trabajo, su destacable condición física y su fuerte mentalidad ganadora. Pero si hablamos de sus orígenes, y la proyección que dan al mundo sobre su manera de verse, se pueden encontrar diferencias notables.

Cristiano tuvo una infancia dura, vivió la pobreza con su familia en la isla de Madeira. El fútbol era la única alegría que tenía en el día a día, jugar en las calles con sus amigos (como mencionó en The Players Tribune) o cuando entrenaba en las inferiores del club de la ciudad. Desde muy joven tuvo el apoyo de su padre, una figura importante en su motivación, que celebraba sus goles en la casa cada vez que llegaban de un partido, con la intención de involucrar a su madre y a su hermana en la pasión por el fútbol.

Rafa, por su parte, vivió una niñez con privilegios en Manacor, una ciudad muy alejada del resto de España. La cultura del tenis siempre fue de grupos sociales adinerados, y el español no fue la excepción. De pequeño, tenía dos grandes intereses, el fútbol y el tenis. Practicaba ambos deportes en los comienzos de su adolescencia, y sigue siendo un fiel fanático del Real Madrid (aunque su tío fuera jugador del Barcelona), otra cosa que comparte con el portugués que brilló en la Casa Blanca. Nadal tiene muchas anécdotas en las que se ha quedado hasta la madrugada para ver a los merengues, sin importar que jugara al día siguiente. Incluso organiza sus entrenamientos y encuentros oficiales para no perderse un minuto del Madrid.

La figura paterna que tuvo en su formación tenística fue su conocido exentrenador, Toni Nadal, su tío, quien no tuvo ninguna compasión por el vínculo familiar, al revés, lo trató más duro que a cualquiera. Mientras a Cristiano le felicitaban por cada victoria en la casa, Toni no le dejaba pensar a Rafa que lo hubiera hecho muy bien en un juego, siempre le remarcó los errores, forjó una autocrítica dentro y fuera de la cancha, por más bueno que hubiera sido su rendimiento.

Ronaldo fue subestimado en toda su etapa preprofesional, desde sus maestros que le decían: “El futbol no te va a dar de comer”, hasta sus compañeros que no le veían futuro por ser muy “pequeño”. Creció con esta negatividad a su alrededor, y se dedicó a demostrarles lo contrario, a hacerles ver que estaban equivocados. De ahí su frase: “Tu amor me hace más fuerte, tu odio imparable”. Él vive para desmentir a sus haters, a todos aquellos que no confiaban en él, esta falta de atención en sus inicios la compensa con su forma egocéntrica, para muchos, en la que se expresa constantemente. “El mejor en estos momentos soy yo, no tengo defectos”, una de sus declaraciones más controversiales.
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Nadal tuvo ese personaje, el “Tío Toni”, que no le dejó imaginarse como un jugador sin fallas. Si ganaba en sets corridos, había tenido muchos errores no forzados; si era 6-0, el rival no estaba a la altura; si lograba 5 aces, había tenido una doble falta. Esos eran los comentarios que escuchó durante toda su juventud. Cuando su familia lo felicitaba por ganar, él los regañaba por hacerlo, diciéndoles que le harían creer que no tenía nada que mejorar. 

Un día, Rafa y su tío regresaban de haber ganado un torneo en España, el más importante de la categoría en el país. Cuando llegaron a su casa, su madre le había armado una fiesta sorpresa para celebrar al joven campeón. Toni, indignado por semejante muestra de orgullo, bajó las pancartas y toda la reunión se canceló. Comentando que, no había nada para celebrar, y recordándole a su sobrino que tenían práctica mañana. Así fue toda su vida.

Cristiano tuvo que dejar a su familia con 15 años para ir a Lisboa, donde tendría mayores oportunidades de destacar en el fútbol. Al comienzo, fue objeto de burlas, por su acento diferente, y atravesó dificultades para adaptarse. La clásica historia del chico del interior, que busca su hueco en la gran ciudad.

Rafa no tuvo que irse de su estado natal, al que es muy apegado como cualquier residente de esa región, pero aguantó la tiranía de su entrenador.

El jugador de la Juventus, desde las categorías menores, reconocía que era el más talentoso del equipo , pero debía dejarlo claro en todo momento. Allí comenzó su hambre de triunfo, tanto en lo colectivo, como en lo individual. No solo levantar copas, también tiene sed de protagonismo en las escenas cruciales, donde se ha hecho notar a lo largo de su trayectoria. Competir contra los demás, lo motiva.

En el caso de Nadal, el tenis es un deporte que no permite medirte con tus compañeros de equipo, pero él tampoco se compara con otros tenistas. Su batalla principal es contra sí mismo. Jugar mejor que hace un año, un mes o un punto atrás, ese es el objetivo. 

Una declaración que puede definir la personalidad del zurdo, fue cuando le preguntaron si era el mejor jugador de la superficie (polvo de ladrillo) tras superar a Borg en Roland Garros ganados, él respondió: "No sé si soy el mejor en tierra batida de todas las épocas. No soy el adecuado para decirlo. He tenido resultados increíbles, eso sí”. Muy distinto al #7 cuando habla.
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Claro que Ronaldo también reconoce a sus rivales, pero tiene su manera de ser bien definida.  “Si quieres ser el mejor, debes creértelo”, una oración muy conocida, que nadie aplica como el delantero. Él no se mira al espejo y se lo repite con el fin de subirse la auto estima, ni quiere caer mal a los ojos de los demás. Para lograr ser el más grande, tiene que ser el primero en decirlo, proyectarlo antes de cumplirlo.  Puede sonar arrogante, y puede gustar o no, pero es su estilo y le ha funcionado.

Nadal, más humilde, es el primero en reconocer a su contrincante, en la derrota o en la victoria, le da crédito a su par.  Se enfoca en como subir de nivel en cada aspecto de su juego, sin mirar para los lados. Como un maratonista que corre para mejorar su tiempo. Cristiano, como un atleta de 100 metros planos, ve a sus costados para llegar primero a la meta.

Ambos tienen un mérito enorme al mantener una rivalidad contra dos prodigios del deporte, Messi y Federer, quienes poseen un don para el juego. Una lucha de más de una década, viéndose en finales, ganando, perdiendo. Los dos tienen fanáticos a muerte como detractores, sin embargo, hay que estar cegado para negar la grandeza de estas leyendas.

Ellos son la prueba de que existe más de un camino al éxito, pero en ese trayecto, no puede faltar el trabajo duro.




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